UNO
—¡El bastardo ha tomado el puente! ¡Es mío!
Tohrment esperó un silbido de respuesta y, cuando llegó, salió disparado como una flecha tras el lesser, sus shitkickers golpeaban el suelo, sus piernas se movían como un pistón y sus manos estaban apretadas en dos fuertes puños. Pasó unos contenedores de basura y aparcó su posición, las ratas y la gente sin hogar estaban diseminadas, saltó sobre la barricada y sobre una moto.
Las tres de la mañana en el centro de Caldwell, Nueva York, te daba los obstáculos necesarios para mantener la mierda divertida. Desafortunadamente, el asesino que iba delante estaba tomando una dirección que él no quería tomar.
Mientras golpeaban la rampa de acceso al puente en dirección oeste, Tohr quiso matar al idiota. A diferencia de los bloques de privacidad que podías encontrar en el laberinto de callejuelas que rodeaban los clubs, el tráfico estaba garantizado en el Hudson, incluso tan tarde. De acuerdo, seguro que la suspensión especial de Herbert G. Falcheck no iba a ser golpeada por un coche, pero no iban a ser pocos –y Dios sabía que todo humano detrás de un volante tenía un maldito iPhone hoy en día.
Había una única regla en la guerra entre los vampiros y la SociedadLesser: mantente jodidamente alejado de los humanos. Esa raza de orangutanes y curiosos entrometidos era una complicación esperando ocurrir y lo último que nadie necesitaba era la confirmación generalizada de que Drácula no era un producto de ficción y los muertos vivientes no eran sólo un programa de televisión.
Nadie quería aparecer en primera línea en la red de noticias, en los periódicos o en las revistas.
Internet estaba bien. No había nada de credibilidad ahí.
Este principio era la única cosa que el enemigo y la Hermandad de la Daga Negra habían acordado, la única deferencia que se había dado por ambas partes. Por lo tanto, seh, los asesinos podían, por ejemplo… fijar su objetivo en tu sellan embarazada, dispararle en la cara y abandonarla para que muera, llevándose no sólo su vida, sino la tuya propia. Pero Dios no quiera que alborotasen a los humanos.
Porque eso sólo sería un error.
Por desgracia, este hijoputa de piernas hidráulicas y direccionalmente desafiante no había recibido la nota.
Nada que un puñal negro en el pecho no pudiese arreglar.
Mientras un rugido surgía de su garganta y los colmillos se alargaban en su boca, Tohr cavó profundamente y tocó una reserva de odio de alto octanaje, su tanque de gasolina se recargó y su energía se renovó instantáneamente.
Había sido un largo camino volver de la pesadilla de su Rey y sus Hermanos viniendo a decirle que su vida había terminado. Como macho emparejado, su hembra había sido el corazón que latía en su pecho y, en ausencia de su Wellsie, él era el fantasma de lo que había sido una vez, forma sin sustancia. Lo único que lo animaba era la caza, la captura y la matanza. Y el conocimiento de que podía despertar a la noche siguiente y encontrar más para pulverizar.
Aparte de ahvenging su muerte, bien podría estar en el Fade con su familia. Francamente, esto último sería preferible –y quién sabe, tal vez había suerte esta noche. Quizás en el fragor de una pelea sufriera una lesión catastrófica y mortal y fuera liberado de sus cargas.
Un macho sólo podía esperar.
El estruendo de una bocina de un coche seguido por un coro de chirridos de neumáticos fue el primer signo de que el Capitán Complicaciones había encontrado lo que buscaba.
Tohr alcanzó lo alto de la subida de la rampa justo a tiempo para ver al asesino rebotar en el capó de un Toyota nada-especial. El impacto dejó muerto el turismo; no frenó al asesino en lo más mínimo. Como todos los lessers, el cabrón era más fuerte y más resistente de lo que había sido como un simple humano, la sangre negra y aceitosa del Omega le daba un motor más grande, una suspensión más firme y un mejor manejo –así como neumáticos de carrera en este caso.
Sin embargo, su GPS apestaba de verdad.
El asesino se levantó de su voltereta al otro lado del pavimento como un acróbata profesional y, por supuesto, siguió su camino. Sin embargo, estaba herido, ese nocivo olor a polvos de talco era más pronunciado.
Tohr llegó hasta el coche justo cuando un par de humanos abrían las puertas, salían a toda prisa y comenzaban a agitar los brazos como si algo estuviese en llamas.
—Departamento de Policía de Caldwell —gritó Tohr mientras los pasaba—. ¡En persecución!
Esto les calmó y aseguró un control de daños. Estaba prácticamente garantizado que ahora se convertirían en un gallinero con todo tipo de inclinaciones Kodak y era perfecto –cuando todo acabase, sabría dónde encontrarles, así que podría borrarles la memoria y coger sus móviles.
Mientras tanto, el lesser parecía estar matándose por alcanzar la vía peatonal, no era el mejor movimiento. Si Tohr hubiese estado en la posición del tonto del culo, se habría hecho cargo de ese Toyota y habría tratado de ahuyentar a…
—Oh… vamos… —Tohr apretó los dientes.
Al parecer, el objetivo del cabrón no era la vía peatonal, sino el borde del puente. El asesino saltó, pasó por encima del vallado que contenía la vía peatonal, y aterrizó en el delgado borde del lado apuesto. Próxima parada: el río Hudson.
El asesino miró tras de sí y, en el resplandor rosa de las luces de sodio, su arrogante expresión era la de un muchacho de dieciséis años después de beber un paquete de seis cervezas delante de sus amigos.
Todo ego. Nada de cerebro.
Iba a saltar. El hijoputa iba a saltar.
Jodido idiota. A pesar de que el feliz jugo del Omega daba a los asesinos todo ese poder, eso no significaba que las leyes de la física no existiesen para ellos. La pequeña tonadilla de Einstein sobra que la energía es igual a la masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado todavía se aplicaba –así que cuando el imbécil cayese al agua, iba a obtener un fuerte impacto que le ocasionaría considerables daños estructurales. Que no le matarían pero que le dejarían jodidamente incapacitado.
Los cabrones no podían morir a menos que fuesen apuñalados. Y podían pasar la eternidad en el purgatorio de la descomposición.
Malditos lloricas.
Y antes del asesinato de Wellsie, Tohr probablemente lo habría dejado pasar. En la escala móvil de la guerra, era más importante envolver a esos humanos en la mierda de la amnesia e ir de cabeza a ayudar a John Matthew y Qhuinn, que seguían liados en el callejón. ¿Ahora? No iba a retirarse: de un modo u otro, este asesino y él iban a conocerse-a-fondo.
Tohr saltó por encima de la baranda, golpeó la vía peatonal y rebotó en la valla. Sujetándose a la verja, balanceó su cuerpo sobre la parte superior y encajó sus shitkickers en el parapeto.
La fanfarronería del lesser se desinfló un poco cuando empezó a retroceder.
—¿Qué? ¿Piensas que tengo miedo a las alturas? —dijo Tohr en voz baja—. ¿O que una verja de un metro y medio me va a impedir alcanzarte?
El viento soplaba contra ellos, pegando las ropas a sus cuerpos y silbando a través de las vigas de acero. Lejos, lejos, muy lejos, las oscuras aguas del río no eran más que un espacio vago y oscuro como el de un aparcamiento.
Se sentiría como el asfalto también.
—Tengo una pistola —gritó el lesser.
—Pues sácala.
—¡Mis amigos vendrán a por mí!
—Tú no tienes ningún amigo.
El lesser era un recluta nuevo: su pelos, sus ojos y su piel aún no eran pálidos. Larguirucho e inquieto, parecía un drogadicto al que se le había fundido el cerebro, sin duda esa era la razón por la que había acabado formando parte de la Sociedad.
—¡Voy a saltar! ¡Voy a saltar, coño!
Tohr palmeó el mango de una de sus dos dagas y desenfundó la hoja negra.
—Entonces deja de parlotear y empieza a volar.
El asesino miró por encima de su hombro.
—¡Lo haré! ¡Juro que lo haré!
Una ráfaga arremetió contra ellos desde una dirección diferente, barriendo el largo abrigo de cuero de Tohr.
—No me importa. Te mataré aquí o allí abajo.
El lesser se asomó por el borde otra vez, dudó y luego se lanzó, saltando de lado y golpeando todo ese nada-sólo-aire, sus brazos agitándose como si estuviera tratando de mantener el equilibrio para aterrizar con los pies por delante.
Lo que a esa altura probablemente sólo impulsaría los fémures hacia su cavidad abdominal. Sin embargo eso era mejor que tragarse su propia cabeza.
Tohr envainó su daga y se preparó para su propio descenso tomando una profunda inspiración. Y fue entonces....
Mientras se acercaba al borde y cogía la primera bocanada de antigravedad, no se perdió la ironía del salto del puente. Había pasado mucho tiempo deseando que llegase su muerte, orándole a la Virgen Escribana para que tomase su cuerpo y lo enviase junto a sus seres queridos. El suicidio nunca había sido una opción; si te quitabas la vida, no podías entrar en el Fade –y esa era la única razón por la que no se había cortado las venas ni había chupado el cañón de una escopeta o… saltado de un puente.
En su descenso, se permitió disfrutar de la idea de que esto era el fin, de que el impacto que vendría un segundo y medio después iba a terminar con su sufrimiento. Todo lo que tenía que hacer era redirigir su trayectoria, no protegerse la cabeza y dejar que sucediera lo inevitable: desmayo, probable parálisis, muerte por ahogamiento.
Salvo que ese tipo de adiós-para-siempre podría no ser el resultado final. Quien quiera que hiciese la llamada en estas cosas tendría que saber que, a diferencia del lesser, él sí tenía una salida.
Calmando su mente, se desmaterializó en mitad de la caída libre –la gravedad tenía una muerte preparada para él y al momento siguiente Tohr no era más que una nube invisible de moléculas que podía dirigirse hacia donde él quisiera.
A continuación, el asesino golpeó el agua con el ¡plaf! de alguien que ha caído de lado en la piscina o se ha tirado desde un trampolín. El hijoputa era como un misil golpeando un objetivo y la explosión que provocó hizo que el río Hudson se disparase hacia el aire fresco.
Tohr, por el contrario, prefirió materializarse en el soporte de hormigón que había a la derecha del impacto. Tres… dos… uno…
Bingo.
Una cabeza emergió del agua aún burbujeante. No movía los brazos intentando conseguir algo de oxígeno. Tampoco pataleaba. Ni boqueaba.
Pero no estaba muerto: podías atropellarlos con tu coche, golpearles hasta romperte el puño, arrancarles los brazos y/o las piernas, hacer todo lo que demonios quisieras… y seguirían con vida.
Los cabrones eran las garrapatas del infierno. Y no había manera de que él no se mojase.
Tohr se quitó el abrigo, lo dobló cuidadosamente y lo dejó en la coyuntura donde la parte superior del soporte se unía con la amplia base acuática. Entrar en el agua con eso a su espalda le aseguraba el ahogamiento; además tenía que proteger sus cuarenta y su móvil.
Con un par de saltos, para conseguir el suficiente impulso para zambullirse en mar abierto, se lanzó hacia delante con el cuerpo recto como una flecha, los brazos estirados sobre su cabeza y las manos juntas. A diferencia del lesser, se zambulló suave y elegantemente, a pesar de que se había lanzado desde la superficie del río Hudson a unos buenos cuatro metros de altura.
Fría. Jodidamente fría de verdad.
Después de todo, estábamos a finales de abril en Nueva York –lo que todavía era un mes bien alejado de cualquier cosa remotamente suave.
Exhalando por la boca mientras daba brazadas desde las profundidades, consiguió un potente estilo libre. Cuando llegó hasta el asesino, lo agarró por la chaqueta y empezó a arrastrar el peso muerto hacia la orilla.
Donde terminaría esto. Después podría ir a buscar al siguiente.
Mientras Tohr se lanzaba desde el puente, la vida de John Matthew pasó delante de sus ojos –como si fuera él el de las shitkickers que habían dejado atrás la tierra firme a favor de la nada.
John había estado en la orilla, bajo la rampa de salida, terminando con el asesino que había estado persiguiendo cuando ocurrió: por el rabillo del ojo, vio algo cayendo desde gran altura hacia el río.
No le encontró sentido al principio. Cualquier lesser con dos dedos de frente sabría que aquella no era una buena ruta de escape. Salvo que entonces todo se volvió demasiado claro. Una figura estaba de píe en el borde del puente, su abrigo de cuero ondeaba a su alrededor como un sudario.
Tohrment.
Noooooo, John había gritado sin hacer ningún sonido.
—Hijo de puta, va a saltar —Qhuinn peleaba detrás de él.
John se lanzó hacia delante, lo único que podía hacer, y gritó silenciosamente cuando lo más parecido que tenía a un padre saltó.
Más tarde, John reflexionaría que un momento como ése tenía que ser lo que la gente llama la muerte misma –cuando sumas una serie de acontecimientos que se están desarrollando y las matemáticas dan como resultado una destrucción segura, tu mente conecta el pase de diapositivas y muestra los clips de tu vida como siempre los habías conocido:
John sentado en la mesa de Tohr y Wellsie la primera noche después de que ser adoptado en el mundo de los vampiros… la expresión en el rostro de Tohr cuando los resultados de la sangre demostraron que John era el hijo de Darius… ese momento de pesadilla cuando la Hermandad llegó para decirles que Wellsie se había ido…
Luego vinieron las imágenes del segundo acto: Lassiter trayendo de vuelta la cáscara arrugada de Tohr de dónde quisiera que él hubiese estado… Tohr y John finalmente distanciándose por el asesinato… Tohr trabajando gradualmente para recuperarse… la shellan de John apareciendo con el vestido rojo que Wellsie llevó en su ceremonia con Tohr…
Tío, el destino apestaba. No hacía más que entrar sin permiso y mear sobre el jardín de rosas de todos.
Y ahora se cagaba en las otras macetas de flores.
Salvo que Tohr desapareció abruptamente en el aire. Estaba en caída libre y al segundo siguiente se había ido.
Gracias a Dios, pensó John.
—Gracias, Niño Jesús —murmuró Qhuinn.
Un momento después, al otro lado de un poste, una oscura flecha se hundió en el río.
Sin una mirada o una palabra entre ellos, Qhuinn y él salieron disparados en esa dirección, llegando a la rocosa costa cuando Tohr emergía, cogía al asesino y empezaba a nadar hacia allí. Mientras John se colocaba en posición de ayudar a arrastrar al asesino, fijó sus ojos en el sombrío y pálido rostro de Tohr.
El macho parecía muerto, a pesar de que técnicamente estaba vivo.
Lo tengo, señaló John mientras se inclinaba, aferraba el brazo que estaba más cerca y sacaba fuera del río el peso mojado del asesino. Ellesser aterrizó en un montón y dio la perfecta impresión de ser un pez: ojos desorbitados, boca abierta, pequeños sonidos provocados por la garganta completamente abierta.
Pero, sea como fuere, Tohr era el problema y John observó al Hermano mientras éste salía del agua. Los pantalones de cuero se pegaban como una lapa a sus delgados muslos, la camiseta era una segunda piel para su plano pecho y el corto pelo negro seguía en punta a pesar de que estaba mojado.
Los oscuros ojos azules estaban fijos en el lesser.
O deliberadamente ignoraban la mirada de John.
Probablemente ambas cosas.
Tohr se agachó y agarró al lesser por el cuello. Desnudando unos colmillos brutalmente largos, gruñó.
—Te lo dije.
Luego sacó la daga negra y comenzó a apuñalarlo.
John y Qhuinn tuvieron que dar un paso atrás. Era eso o recibir una buena mano de pintura.
—Podría haberle asestado el golpe en el maldito pecho —susurró Qhuinn—, y terminar el trabajo de una vez.
Salvo que matar al asesino no era el fin. Era la profanación.
Esa hoja de un nítido negro penetraba cada centímetro de carne –excepto el esternón, que era el interruptor para apagar a los lessers. Con cada cuchillada, Tohr exhalaba fuerte y, con cada tirón, el Hermano inhalaba profundamente, el ritmo de su respiración creaba una escena espantosa.
—Ahora sé cómo cortan la lechuga en tiras.
John se frotó la cara y supo que ése era el comentario final.
Tohr no redujo la velocidad. Sólo se detuvo. Y seguidamente, se dejó caer hacia un lado, apoyándose con una mano sobre el suelo empapado de aceite. El asesino estaba… bueno, destrozado, seh, pero no acabado.
Sin embargo, no debían ayudar. A pesar del evidente agotamiento de Tohr, John y Qhuinn sabían que no debían meterse en el final de la partida. Habían visto eso antes y sabían que el golpe final debía de ser de Tohr.
Después de un momento de recuperación, el Hermano se tambaleó de vuelta a su posición, tomó con las dos manos la daga y levantó la hoja por encima de su cabeza.
Un grito ronco surgió de su garganta cuando enterró la daga en lo que quedaba del pecho de su presa. Cuando una brillante luz destelló, la trágica expresión en el rostro de Tohr se iluminó, mostrando sus rasgos retorcidos y horribles, atrapados por un momento… y una eternidad.
Él permaneció frente a la luz, a pesar de que el sol temporal era demasiado brillante para mirar.
Después de esto, el Hermano se desplomó como si su columna vertebral se hubiese convertido en masilla y su energía hubiese desaparecido. Era evidente que necesitaba alimentarse, pero ese era otro tema inútil, como tantos otros.
—Qué hora es —la pregunta salió entre jadeos
Qhuinn le echó un vistazo a su Suunto.
—Dos de la mañana.
Tohr levantó la mirada del suelo manchado que había estado observando fijamente y enfocó sus ojos enrojecidos en la parte del centro de la ciudad de la que ellos acababan de venir.
—¿Cómo volvemos al complejo? —Qhuinn tomó su móvil—. Butch no está muy lejos…
—No —Tohr se echó hacia atrás y se sentó sobre su culo—. No llames a nadie. Estoy bien… sólo necesito recuperar el aliento.
Puta. Mierda. El tipo no estaba más cerca de encontrarse bien de lo que John estaba en ese momento. Aunque, está bien, sólo uno de ellos estaba empapado con una ráfaga de diez grados.
John colocó las manos en el campo de visión del Hermano.
Nos vamos a casa ahora…
Flotando en la brisa, como una alarma extendiéndose a través de una silenciosa casa, el olor a talco para bebé cosquilleó en la nariz de cada uno.
El hedor hizo lo que toda esa respiración profunda no pudo: levantó a Tohr. Atrás quedó la desorientación –diablos, si le hubieses señalado que todavía seguía mojado como un pez, probablemente se habría sorprendido.
—Hay más —gruñó él.
Cuando se adelantó, John maldijo como un loco.
—Vamos —dijo Qhuinn—. Pongámonos en marcha. Ésta va a ser una noche larga.
Tohrment esperó un silbido de respuesta y, cuando llegó, salió disparado como una flecha tras el lesser, sus shitkickers golpeaban el suelo, sus piernas se movían como un pistón y sus manos estaban apretadas en dos fuertes puños. Pasó unos contenedores de basura y aparcó su posición, las ratas y la gente sin hogar estaban diseminadas, saltó sobre la barricada y sobre una moto.
Las tres de la mañana en el centro de Caldwell, Nueva York, te daba los obstáculos necesarios para mantener la mierda divertida. Desafortunadamente, el asesino que iba delante estaba tomando una dirección que él no quería tomar.
Mientras golpeaban la rampa de acceso al puente en dirección oeste, Tohr quiso matar al idiota. A diferencia de los bloques de privacidad que podías encontrar en el laberinto de callejuelas que rodeaban los clubs, el tráfico estaba garantizado en el Hudson, incluso tan tarde. De acuerdo, seguro que la suspensión especial de Herbert G. Falcheck no iba a ser golpeada por un coche, pero no iban a ser pocos –y Dios sabía que todo humano detrás de un volante tenía un maldito iPhone hoy en día.
Había una única regla en la guerra entre los vampiros y la SociedadLesser: mantente jodidamente alejado de los humanos. Esa raza de orangutanes y curiosos entrometidos era una complicación esperando ocurrir y lo último que nadie necesitaba era la confirmación generalizada de que Drácula no era un producto de ficción y los muertos vivientes no eran sólo un programa de televisión.
Nadie quería aparecer en primera línea en la red de noticias, en los periódicos o en las revistas.
Internet estaba bien. No había nada de credibilidad ahí.
Este principio era la única cosa que el enemigo y la Hermandad de la Daga Negra habían acordado, la única deferencia que se había dado por ambas partes. Por lo tanto, seh, los asesinos podían, por ejemplo… fijar su objetivo en tu sellan embarazada, dispararle en la cara y abandonarla para que muera, llevándose no sólo su vida, sino la tuya propia. Pero Dios no quiera que alborotasen a los humanos.
Porque eso sólo sería un error.
Por desgracia, este hijoputa de piernas hidráulicas y direccionalmente desafiante no había recibido la nota.
Nada que un puñal negro en el pecho no pudiese arreglar.
Mientras un rugido surgía de su garganta y los colmillos se alargaban en su boca, Tohr cavó profundamente y tocó una reserva de odio de alto octanaje, su tanque de gasolina se recargó y su energía se renovó instantáneamente.
Había sido un largo camino volver de la pesadilla de su Rey y sus Hermanos viniendo a decirle que su vida había terminado. Como macho emparejado, su hembra había sido el corazón que latía en su pecho y, en ausencia de su Wellsie, él era el fantasma de lo que había sido una vez, forma sin sustancia. Lo único que lo animaba era la caza, la captura y la matanza. Y el conocimiento de que podía despertar a la noche siguiente y encontrar más para pulverizar.
Aparte de ahvenging su muerte, bien podría estar en el Fade con su familia. Francamente, esto último sería preferible –y quién sabe, tal vez había suerte esta noche. Quizás en el fragor de una pelea sufriera una lesión catastrófica y mortal y fuera liberado de sus cargas.
Un macho sólo podía esperar.
El estruendo de una bocina de un coche seguido por un coro de chirridos de neumáticos fue el primer signo de que el Capitán Complicaciones había encontrado lo que buscaba.
Tohr alcanzó lo alto de la subida de la rampa justo a tiempo para ver al asesino rebotar en el capó de un Toyota nada-especial. El impacto dejó muerto el turismo; no frenó al asesino en lo más mínimo. Como todos los lessers, el cabrón era más fuerte y más resistente de lo que había sido como un simple humano, la sangre negra y aceitosa del Omega le daba un motor más grande, una suspensión más firme y un mejor manejo –así como neumáticos de carrera en este caso.
Sin embargo, su GPS apestaba de verdad.
El asesino se levantó de su voltereta al otro lado del pavimento como un acróbata profesional y, por supuesto, siguió su camino. Sin embargo, estaba herido, ese nocivo olor a polvos de talco era más pronunciado.
Tohr llegó hasta el coche justo cuando un par de humanos abrían las puertas, salían a toda prisa y comenzaban a agitar los brazos como si algo estuviese en llamas.
—Departamento de Policía de Caldwell —gritó Tohr mientras los pasaba—. ¡En persecución!
Esto les calmó y aseguró un control de daños. Estaba prácticamente garantizado que ahora se convertirían en un gallinero con todo tipo de inclinaciones Kodak y era perfecto –cuando todo acabase, sabría dónde encontrarles, así que podría borrarles la memoria y coger sus móviles.
Mientras tanto, el lesser parecía estar matándose por alcanzar la vía peatonal, no era el mejor movimiento. Si Tohr hubiese estado en la posición del tonto del culo, se habría hecho cargo de ese Toyota y habría tratado de ahuyentar a…
—Oh… vamos… —Tohr apretó los dientes.
Al parecer, el objetivo del cabrón no era la vía peatonal, sino el borde del puente. El asesino saltó, pasó por encima del vallado que contenía la vía peatonal, y aterrizó en el delgado borde del lado apuesto. Próxima parada: el río Hudson.
El asesino miró tras de sí y, en el resplandor rosa de las luces de sodio, su arrogante expresión era la de un muchacho de dieciséis años después de beber un paquete de seis cervezas delante de sus amigos.
Todo ego. Nada de cerebro.
Iba a saltar. El hijoputa iba a saltar.
Jodido idiota. A pesar de que el feliz jugo del Omega daba a los asesinos todo ese poder, eso no significaba que las leyes de la física no existiesen para ellos. La pequeña tonadilla de Einstein sobra que la energía es igual a la masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado todavía se aplicaba –así que cuando el imbécil cayese al agua, iba a obtener un fuerte impacto que le ocasionaría considerables daños estructurales. Que no le matarían pero que le dejarían jodidamente incapacitado.
Los cabrones no podían morir a menos que fuesen apuñalados. Y podían pasar la eternidad en el purgatorio de la descomposición.
Malditos lloricas.
Y antes del asesinato de Wellsie, Tohr probablemente lo habría dejado pasar. En la escala móvil de la guerra, era más importante envolver a esos humanos en la mierda de la amnesia e ir de cabeza a ayudar a John Matthew y Qhuinn, que seguían liados en el callejón. ¿Ahora? No iba a retirarse: de un modo u otro, este asesino y él iban a conocerse-a-fondo.
Tohr saltó por encima de la baranda, golpeó la vía peatonal y rebotó en la valla. Sujetándose a la verja, balanceó su cuerpo sobre la parte superior y encajó sus shitkickers en el parapeto.
La fanfarronería del lesser se desinfló un poco cuando empezó a retroceder.
—¿Qué? ¿Piensas que tengo miedo a las alturas? —dijo Tohr en voz baja—. ¿O que una verja de un metro y medio me va a impedir alcanzarte?
El viento soplaba contra ellos, pegando las ropas a sus cuerpos y silbando a través de las vigas de acero. Lejos, lejos, muy lejos, las oscuras aguas del río no eran más que un espacio vago y oscuro como el de un aparcamiento.
Se sentiría como el asfalto también.
—Tengo una pistola —gritó el lesser.
—Pues sácala.
—¡Mis amigos vendrán a por mí!
—Tú no tienes ningún amigo.
El lesser era un recluta nuevo: su pelos, sus ojos y su piel aún no eran pálidos. Larguirucho e inquieto, parecía un drogadicto al que se le había fundido el cerebro, sin duda esa era la razón por la que había acabado formando parte de la Sociedad.
—¡Voy a saltar! ¡Voy a saltar, coño!
Tohr palmeó el mango de una de sus dos dagas y desenfundó la hoja negra.
—Entonces deja de parlotear y empieza a volar.
El asesino miró por encima de su hombro.
—¡Lo haré! ¡Juro que lo haré!
Una ráfaga arremetió contra ellos desde una dirección diferente, barriendo el largo abrigo de cuero de Tohr.
—No me importa. Te mataré aquí o allí abajo.
El lesser se asomó por el borde otra vez, dudó y luego se lanzó, saltando de lado y golpeando todo ese nada-sólo-aire, sus brazos agitándose como si estuviera tratando de mantener el equilibrio para aterrizar con los pies por delante.
Lo que a esa altura probablemente sólo impulsaría los fémures hacia su cavidad abdominal. Sin embargo eso era mejor que tragarse su propia cabeza.
Tohr envainó su daga y se preparó para su propio descenso tomando una profunda inspiración. Y fue entonces....
Mientras se acercaba al borde y cogía la primera bocanada de antigravedad, no se perdió la ironía del salto del puente. Había pasado mucho tiempo deseando que llegase su muerte, orándole a la Virgen Escribana para que tomase su cuerpo y lo enviase junto a sus seres queridos. El suicidio nunca había sido una opción; si te quitabas la vida, no podías entrar en el Fade –y esa era la única razón por la que no se había cortado las venas ni había chupado el cañón de una escopeta o… saltado de un puente.
En su descenso, se permitió disfrutar de la idea de que esto era el fin, de que el impacto que vendría un segundo y medio después iba a terminar con su sufrimiento. Todo lo que tenía que hacer era redirigir su trayectoria, no protegerse la cabeza y dejar que sucediera lo inevitable: desmayo, probable parálisis, muerte por ahogamiento.
Salvo que ese tipo de adiós-para-siempre podría no ser el resultado final. Quien quiera que hiciese la llamada en estas cosas tendría que saber que, a diferencia del lesser, él sí tenía una salida.
Calmando su mente, se desmaterializó en mitad de la caída libre –la gravedad tenía una muerte preparada para él y al momento siguiente Tohr no era más que una nube invisible de moléculas que podía dirigirse hacia donde él quisiera.
A continuación, el asesino golpeó el agua con el ¡plaf! de alguien que ha caído de lado en la piscina o se ha tirado desde un trampolín. El hijoputa era como un misil golpeando un objetivo y la explosión que provocó hizo que el río Hudson se disparase hacia el aire fresco.
Tohr, por el contrario, prefirió materializarse en el soporte de hormigón que había a la derecha del impacto. Tres… dos… uno…
Bingo.
Una cabeza emergió del agua aún burbujeante. No movía los brazos intentando conseguir algo de oxígeno. Tampoco pataleaba. Ni boqueaba.
Pero no estaba muerto: podías atropellarlos con tu coche, golpearles hasta romperte el puño, arrancarles los brazos y/o las piernas, hacer todo lo que demonios quisieras… y seguirían con vida.
Los cabrones eran las garrapatas del infierno. Y no había manera de que él no se mojase.
Tohr se quitó el abrigo, lo dobló cuidadosamente y lo dejó en la coyuntura donde la parte superior del soporte se unía con la amplia base acuática. Entrar en el agua con eso a su espalda le aseguraba el ahogamiento; además tenía que proteger sus cuarenta y su móvil.
Con un par de saltos, para conseguir el suficiente impulso para zambullirse en mar abierto, se lanzó hacia delante con el cuerpo recto como una flecha, los brazos estirados sobre su cabeza y las manos juntas. A diferencia del lesser, se zambulló suave y elegantemente, a pesar de que se había lanzado desde la superficie del río Hudson a unos buenos cuatro metros de altura.
Fría. Jodidamente fría de verdad.
Después de todo, estábamos a finales de abril en Nueva York –lo que todavía era un mes bien alejado de cualquier cosa remotamente suave.
Exhalando por la boca mientras daba brazadas desde las profundidades, consiguió un potente estilo libre. Cuando llegó hasta el asesino, lo agarró por la chaqueta y empezó a arrastrar el peso muerto hacia la orilla.
Donde terminaría esto. Después podría ir a buscar al siguiente.
Mientras Tohr se lanzaba desde el puente, la vida de John Matthew pasó delante de sus ojos –como si fuera él el de las shitkickers que habían dejado atrás la tierra firme a favor de la nada.
John había estado en la orilla, bajo la rampa de salida, terminando con el asesino que había estado persiguiendo cuando ocurrió: por el rabillo del ojo, vio algo cayendo desde gran altura hacia el río.
No le encontró sentido al principio. Cualquier lesser con dos dedos de frente sabría que aquella no era una buena ruta de escape. Salvo que entonces todo se volvió demasiado claro. Una figura estaba de píe en el borde del puente, su abrigo de cuero ondeaba a su alrededor como un sudario.
Tohrment.
Noooooo, John había gritado sin hacer ningún sonido.
—Hijo de puta, va a saltar —Qhuinn peleaba detrás de él.
John se lanzó hacia delante, lo único que podía hacer, y gritó silenciosamente cuando lo más parecido que tenía a un padre saltó.
Más tarde, John reflexionaría que un momento como ése tenía que ser lo que la gente llama la muerte misma –cuando sumas una serie de acontecimientos que se están desarrollando y las matemáticas dan como resultado una destrucción segura, tu mente conecta el pase de diapositivas y muestra los clips de tu vida como siempre los habías conocido:
John sentado en la mesa de Tohr y Wellsie la primera noche después de que ser adoptado en el mundo de los vampiros… la expresión en el rostro de Tohr cuando los resultados de la sangre demostraron que John era el hijo de Darius… ese momento de pesadilla cuando la Hermandad llegó para decirles que Wellsie se había ido…
Luego vinieron las imágenes del segundo acto: Lassiter trayendo de vuelta la cáscara arrugada de Tohr de dónde quisiera que él hubiese estado… Tohr y John finalmente distanciándose por el asesinato… Tohr trabajando gradualmente para recuperarse… la shellan de John apareciendo con el vestido rojo que Wellsie llevó en su ceremonia con Tohr…
Tío, el destino apestaba. No hacía más que entrar sin permiso y mear sobre el jardín de rosas de todos.
Y ahora se cagaba en las otras macetas de flores.
Salvo que Tohr desapareció abruptamente en el aire. Estaba en caída libre y al segundo siguiente se había ido.
Gracias a Dios, pensó John.
—Gracias, Niño Jesús —murmuró Qhuinn.
Un momento después, al otro lado de un poste, una oscura flecha se hundió en el río.
Sin una mirada o una palabra entre ellos, Qhuinn y él salieron disparados en esa dirección, llegando a la rocosa costa cuando Tohr emergía, cogía al asesino y empezaba a nadar hacia allí. Mientras John se colocaba en posición de ayudar a arrastrar al asesino, fijó sus ojos en el sombrío y pálido rostro de Tohr.
El macho parecía muerto, a pesar de que técnicamente estaba vivo.
Lo tengo, señaló John mientras se inclinaba, aferraba el brazo que estaba más cerca y sacaba fuera del río el peso mojado del asesino. Ellesser aterrizó en un montón y dio la perfecta impresión de ser un pez: ojos desorbitados, boca abierta, pequeños sonidos provocados por la garganta completamente abierta.
Pero, sea como fuere, Tohr era el problema y John observó al Hermano mientras éste salía del agua. Los pantalones de cuero se pegaban como una lapa a sus delgados muslos, la camiseta era una segunda piel para su plano pecho y el corto pelo negro seguía en punta a pesar de que estaba mojado.
Los oscuros ojos azules estaban fijos en el lesser.
O deliberadamente ignoraban la mirada de John.
Probablemente ambas cosas.
Tohr se agachó y agarró al lesser por el cuello. Desnudando unos colmillos brutalmente largos, gruñó.
—Te lo dije.
Luego sacó la daga negra y comenzó a apuñalarlo.
John y Qhuinn tuvieron que dar un paso atrás. Era eso o recibir una buena mano de pintura.
—Podría haberle asestado el golpe en el maldito pecho —susurró Qhuinn—, y terminar el trabajo de una vez.
Salvo que matar al asesino no era el fin. Era la profanación.
Esa hoja de un nítido negro penetraba cada centímetro de carne –excepto el esternón, que era el interruptor para apagar a los lessers. Con cada cuchillada, Tohr exhalaba fuerte y, con cada tirón, el Hermano inhalaba profundamente, el ritmo de su respiración creaba una escena espantosa.
—Ahora sé cómo cortan la lechuga en tiras.
John se frotó la cara y supo que ése era el comentario final.
Tohr no redujo la velocidad. Sólo se detuvo. Y seguidamente, se dejó caer hacia un lado, apoyándose con una mano sobre el suelo empapado de aceite. El asesino estaba… bueno, destrozado, seh, pero no acabado.
Sin embargo, no debían ayudar. A pesar del evidente agotamiento de Tohr, John y Qhuinn sabían que no debían meterse en el final de la partida. Habían visto eso antes y sabían que el golpe final debía de ser de Tohr.
Después de un momento de recuperación, el Hermano se tambaleó de vuelta a su posición, tomó con las dos manos la daga y levantó la hoja por encima de su cabeza.
Un grito ronco surgió de su garganta cuando enterró la daga en lo que quedaba del pecho de su presa. Cuando una brillante luz destelló, la trágica expresión en el rostro de Tohr se iluminó, mostrando sus rasgos retorcidos y horribles, atrapados por un momento… y una eternidad.
Él permaneció frente a la luz, a pesar de que el sol temporal era demasiado brillante para mirar.
Después de esto, el Hermano se desplomó como si su columna vertebral se hubiese convertido en masilla y su energía hubiese desaparecido. Era evidente que necesitaba alimentarse, pero ese era otro tema inútil, como tantos otros.
—Qué hora es —la pregunta salió entre jadeos
Qhuinn le echó un vistazo a su Suunto.
—Dos de la mañana.
Tohr levantó la mirada del suelo manchado que había estado observando fijamente y enfocó sus ojos enrojecidos en la parte del centro de la ciudad de la que ellos acababan de venir.
—¿Cómo volvemos al complejo? —Qhuinn tomó su móvil—. Butch no está muy lejos…
—No —Tohr se echó hacia atrás y se sentó sobre su culo—. No llames a nadie. Estoy bien… sólo necesito recuperar el aliento.
Puta. Mierda. El tipo no estaba más cerca de encontrarse bien de lo que John estaba en ese momento. Aunque, está bien, sólo uno de ellos estaba empapado con una ráfaga de diez grados.
John colocó las manos en el campo de visión del Hermano.
Nos vamos a casa ahora…
Flotando en la brisa, como una alarma extendiéndose a través de una silenciosa casa, el olor a talco para bebé cosquilleó en la nariz de cada uno.
El hedor hizo lo que toda esa respiración profunda no pudo: levantó a Tohr. Atrás quedó la desorientación –diablos, si le hubieses señalado que todavía seguía mojado como un pez, probablemente se habría sorprendido.
—Hay más —gruñó él.
Cuando se adelantó, John maldijo como un loco.
—Vamos —dijo Qhuinn—. Pongámonos en marcha. Ésta va a ser una noche larga.
1 comentarios :
Amor eterno, eso suena muy bien :P ya lei el dos y estoy :O no he podido cerrar la boca de la emoción, falta tan pocoooooo y tu estas locaaaaaaaa @.@
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